lunes, agosto 13, 2007

Maestros y alumnos

El pasado viernes fui a una cena de antiguos alumnos de EGB. Aunque a la gente le puede sonar extraño me gusta ir a esa cena. Lejos de los tópicos que hay alrededor de esa clase de eventos, no existe ningún espíritu de revancha entre los asistentes (o al menos yo no lo noto). Disfruté de sentarme al lado de Xisco Xumet (aunque su primer apellido es Castanyer, pero en Sóller es un apellido común y a veces los amigos se lo quitamos) el que fue mi compañero de fatigas durante mis años de EGB y parte del instituto. Aunque ambos vivimos en Sóller, las circunstancias laborales hacen que nos veamos poco. Pero aun así mantenemos una buena amistad.
He de reconocer que en esta ocasión fuimos pocos los que asistimos a la cena. Me extrañó, más si tenemos en cuenta que en ocasiones anteriores superamos con creces las dos docenas de personas. Aún así estuvo bien ver a antiguos compañeros. Pero la estrella invitada fue Don Antonio. Sé que ahora mismo no hay motivo para llamar a un profesor “Don”, pero en este sentido he de reconocer que soy de otra época, de cuando a los maestros les llamabas “Don”. Don Antonio fue nuestro tutor en toda la segunda etapa, además de nuestro maestro de lengua en 6º, matemáticas en 7º y 8º, y de gimnasia en esos tres cursos. Un maestro que siempre dio la cara por sus alumnos y que aun cuando la EGB era un recuerdo lejano, siempre ha estado al tanto de lo que le pasan a “sus niños”. Hace unos años que se retiró y vive en Toledo, donde él y su mujer, Piedi, nacieron, porque sinceramente creo que son tan mallorquines como el que más. Desde que se fueron no pasa año que no vengan a pasar las vacaciones en Sóller, y aprovechamos para hacer la cena cuando ellos son aquí. También creo que si ellos no vinieran no celebraríamos esa cena. Tuvimos tiempo para hablar y contarnos como van las cosas, aunque ellos ya habían hecho los deberes. Lo primero que me dijeron al verme: “No importa que nos cuentes nada. Lo sabemos todo, de cómo te va, de tu trabajo, etc. Nos encontramos a tu madre el otro día y nos puso al tanto de todo. Aunque bueno, seguro que algo habrá que contar que no sepan las madres”. Nos pusimos todos a reírnos, pero no solo me pasó a mí. Comentaba que su hija menor tenía dolor de muelas y él fue hasta la farmacia a por un calmante. Ella, apurada por el dolor, le comentó a su madre: “Seguro que se ha encontrado a alguien y lo está enredando”. Don Antonio no dijo nada, pero podéis dar por sentado que así fue.
Una de las cosas que no le puedo “perdonar” a Don Antonio es que en 1982, cuando era nuestro profesor de lengua en 6º, nos puso como “deberes de verano” el leer un libro. En mis manos cayó “El Hobbit”, de JRR Tolkien que se acababa de traducir al castellano, y fue el preludio de una maravillosa relación con la lectura y en especial con la Tierra Media. No sé si hubiera llegado a la Tierra Media por otro camino, si otra persona me hubiese puesto en la predisposición de leerme ese libro. Pero lo que tengo claro es que ese libro fue el primer paso, a lo mejor no consciente, de otros muchos que se fueron dando poco a poco, de forma no constante ni direccionada, hacia el disfrute y pasión por la lectura, algo que como bien digo no se lo puedo perdonar.

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